Tras el fracaso de la Cumbre de Copenhague sobre el Clima repaso aquí algunas de las principales barreras y desafíos que, desde mi punto de vista, nos podemos encontrar en España para hacer realidad un futuro energético sin carbono
La primera barrera, y quizá la más importante, es común en todo el mundo y se trata de un problema de convicción. Creo que todavía falta convicción real, a todos los niveles, respecto a la necesidad de movernos en la dirección adecuada, entendiendo y aceptando el esfuerzo adicional inevitable para conseguir los objetivos de reducción drástica de emisiones.
Como en otros ámbitos de nuestro comportamiento, el problema es la diferencia que hay entre lo que decimos, incluso entre lo que creemos creer, y aquello sobre lo que realmente tenemos convicción. Esto no ocurre sólo con el cambio climático. Borges escribía en uno de sus relatos que, a pesar de la abrumadora mayoría de personas de muy distintas religiones que profesan una cierta idea de la inmortalidad, esta convicción es en realidad rarísima. La veneración, venía a decir, que desde todas las religiones se tributa al primer siglo es tal, que se convierte en la mejor prueba de que la mayor parte de nosotros sólo creemos en él.
Conozco a muy poca gente que viva y actúe de forma consecuente con la evidencia del cambio climático y de sus efectos. Sospecho que esta es una de las claves para explicar la frustración de Copenhague: los negociadores en la capital danesa sabían que las poblaciones a las que representan, no están preparadas todavía para asumir y aceptar los pequeños sacrificios necesarios para modificar nuestros hábitos de vida. Los más ricos y emisores no quieren abdicar tan pronto de cierto tipo de bienestar de bajo precio; los países emergentes perciben que no es justo pedirles que renuncien a dicho bienestar justo ahora que lo tienen al alcance de su mano. Al resto les da todo igual, porque saben que viven ya peor de lo que viviríamos nosotros en el peor de los escenarios. Por tanto, estamos ante una paradoja curiosa. Por una parte, los escépticos tradicionales de la ciencia del clima apenas existen ya entre las personas honestas e informadas y los intoxicadores van perdiendo su influencia política. Sin embargo, la reunión de Copenhague ha resultado ser un fracaso y nos puede estar indicando que, en realidad, como con la inmortalidad de Borges, esto del cambio climático está todavía lejos de formar parte de nuestras convicciones.